1 De mi corazón brota un hermoso poema
mientras recito mis versos ante el rey;
mi lengua es como pluma de hábil escritor.
2 Tú eres el más apuesto de los hombres;
tus labios son fuente de hermosas palabras,
ya que Dios te ha bendecido para siempre.
3 ¡Con esplendor y majestad,
cíñete la espada, oh valiente!
4 Con majestad, cabalga victorioso
en nombre de la verdad, la humildad y la justicia;
que tu diestra realice maravillas asombrosas.
5 Que tus afiladas flechas atraviesen el corazón de los enemigos del rey
y que caigan las naciones a tus pies.
6 Tu trono, oh Dios, permanece para siempre;
el cetro de tu reino es cetro de justicia.
7 Tú amas la justicia y odias la maldad;
por eso Dios, tu Dios, te ungió con aceite de alegría,
te prefirió a ti por encima de tus compañeros.
8 Aroma de mirra, áloe y canela exhalan todas tus vestiduras;
desde los palacios adornados con marfil
te alegra la música de cuerdas.
9 Entre tus damas de honor se cuentan princesas;
a tu derecha se halla la novia real luciendo el oro de Ofir.
10 Escucha, hija, fíjate bien y presta atención:
Olvídate de tu pueblo y de tu familia.
11 El rey está cautivado por tu hermosura;
él es tu señor: póstrate ante él.
12 La gente de Tiro vendrá con presentes;
los ricos del pueblo buscarán tu favor.
13 La princesa es todo esplendor,
luciendo en su alcoba brocados de oro.
14 Vestida de finos bordados
es conducida ante el rey,
seguida por sus compañeras doncellas.
15 Con alegría y regocijo son conducidas
al interior del palacio real.
16 Tus hijos ocuparán el trono de tus ancestros;
los pondrás por príncipes en toda la tierra.
17 Haré que tu nombre se recuerde por todas las generaciones;
por eso las naciones te alabarán eternamente y para siempre.
1 Salió Jesús de allí y fue a su tierra, en compañía de sus discípulos. 2 Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga.
—¿De dónde sacó este tales cosas? —decían maravillados muchos de los que lo escuchaban—. ¿Qué sabiduría es esta que se le ha dado? ¿Cómo se explican estos milagros que vienen de sus manos? 3 ¿No es este el carpintero, el hijo de María? ¿Acaso no es el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros?
Y se escandalizaban a causa de él. 4 Por tanto, Jesús les dijo:
—En todas partes se honra a un profeta, menos en su tierra, entre sus familiares y en su propia casa.
5 En efecto, no pudo hacer allí ningún milagro, excepto sanar a unos pocos enfermos al imponerles las manos. 6 Y él se quedó asombrado por la falta de fe de ellos.
Jesús recorría los alrededores, enseñando de pueblo en pueblo. 7 Reunió a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus malignos.
8 Les ordenó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón, sino solo un bastón. 9 «Lleven sandalias —dijo—, pero no dos mudas de ropa». 10 Y añadió: «Cuando entren en una casa, quédense allí hasta que salgan del pueblo. 11 Si en algún lugar no los reciben bien o no los escuchan, salgan de allí y sacúdanse el polvo de los pies, como un testimonio contra ellos».
12 Los doce salieron y exhortaban a la gente a que se arrepintiera. 13 También expulsaban a muchos demonios y sanaban a muchos enfermos, ungiéndolos con aceite.
14 El rey Herodes se enteró de esto, pues el nombre de Jesús se había hecho famoso. Algunos decían que Juan el Bautista había resucitado y por eso tenía poder para realizar milagros. 15 Otros decían que era Elías; y otros, en fin, afirmaban que era un profeta, como los de antes. 16 Pero cuando Herodes oyó esto, exclamó: «¡Juan, al que yo mandé que le cortaran la cabeza, ha resucitado!».
17 En efecto, Herodes mismo había mandado que arrestaran a Juan y que lo encadenaran en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Felipe, 18 y Juan había dicho a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». 19 Por eso Herodías le guardaba rencor a Juan y deseaba matarlo. Pero no había logrado hacerlo, 20 ya que Herodes temía a Juan y lo protegía, pues sabía que era un hombre justo y santo. Cuando Herodes oía a Juan, se quedaba muy desconcertado, pero lo escuchaba con gusto.
21 Por fin se presentó la oportunidad. En su cumpleaños Herodes dio un banquete a sus altos oficiales, a los comandantes militares y a los notables de Galilea. 22 La hija de Herodías entró en el banquete y bailó, y esto agradó a Herodes y a los invitados.
—Pídeme lo que quieras y te lo daré —dijo el rey a la muchacha.
23 Y prometió bajo juramento:
—Te daré cualquier cosa que me pidas, aun cuando sea la mitad de mi reino.
24 Ella salió a preguntarle a su madre:
—¿Qué debo pedir?
—La cabeza de Juan el Bautista —contestó.
25 Enseguida se fue corriendo la muchacha a presentarle al rey su petición:
—Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
26 El rey se quedó angustiado, pero no quiso desairarla a causa de sus juramentos y en atención a los invitados. 27 Así que enseguida envió a un verdugo con la orden de llevarle la cabeza de Juan. El hombre fue, decapitó a Juan en la cárcel 28 y volvió con la cabeza en una bandeja. Se la entregó a la muchacha y ella se la dio a su madre. 29 Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cuerpo y le dieron sepultura.