1 ¡Alaben al Señor, naciones todas!
¡Pueblos todos, cántenle alabanzas!
2 ¡Grande es su amor por nosotros!
¡La fidelidad del Señor es eterna!
¡Aleluya!
1 Den gracias al Señor porque él es bueno;
su gran amor perdura para siempre.
2 Que lo diga Israel:
«Su gran amor perdura para siempre».
3 Que lo diga la familia de Aarón:
«Su gran amor perdura para siempre».
4 Que lo digan los que temen al Señor:
«Su gran amor perdura para siempre».
5 Desde mi angustia clamé al Señor
y él respondió dándome libertad.
6 El Señor está conmigo y no tengo miedo;
¿qué me puede hacer un simple mortal?
7 El Señor está conmigo, él es mi ayuda;
veré por los suelos a los que me odian.
8 Es mejor refugiarse en el Señor
que confiar en el hombre.
9 Es mejor refugiarse en el Señor
que confiar en gente poderosa.
10 Todas las naciones me rodearon,
pero en el nombre del Señor las aniquilé.
11 Me rodearon por completo,
pero en el nombre del Señor las aniquilé.
12 Me rodearon como abejas,
pero se consumieron como zarzas en el fuego.
En el nombre del Señor las aniquilé.
13 Me empujaron con violencia para que cayera,
pero el Señor me ayudó.
14 El Señor es mi fuerza y mi canción;
¡él es mi salvación!
15 Gritos de júbilo y salvación
resuenan en las casas de los justos:
«¡La diestra del Señor hace proezas!
16 ¡La diestra del Señor es exaltada!
¡La diestra del Señor hace proezas!».
17 No he de morir; he de vivir
para proclamar las obras del Señor.
18 El Señor me ha castigado con dureza,
pero no me ha entregado a la muerte.
19 Ábranme las puertas de la justicia
para que entre yo a dar gracias al Señor.
20 Esta es la puerta del Señor,
por ella entran los justos.
21 ¡Te daré gracias porque me respondiste,
porque eres mi salvación!
22 La piedra que desecharon los constructores
ha llegado a ser la piedra angular.
23 Esto ha sido obra del Señor
y nos deja maravillados.
24 Este es el día que hizo el Señor;
regocijémonos y alegrémonos en él.
25 Señor, te ruego, ¡danos la salvación!
Señor, te ruego, ¡concédenos la victoria!
26 Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Desde la casa del Señor los bendecimos.
27 El Señor es Dios
y nos ilumina.
Con ramas en las manos, únanse a la procesión festiva
hasta los cuernos del altar.
28 Tú eres mi Dios, por eso te doy gracias;
tú eres mi Dios, por eso te exalto.
29 Den gracias al Señor porque él es bueno;
su gran amor perdura para siempre.
1 Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.
2 Llegó la hora de la cena. El diablo ya había incitado a Judas Iscariote, hijo de Simón, para que traicionara a Jesús. 3 Sabía Jesús que el Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio, y que había salido de Dios y a él volvía; 4 así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. 5 Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.
6 Cuando llegó a Simón Pedro, este dijo:
—¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?
7 —Ahora no entiendes lo que estoy haciendo —respondió Jesús—, pero lo entenderás más tarde.
8 —¡No! —protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies!
Jesús contestó:
—Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo.
9 Simón Pedro dijo:
—Entonces, Señor, ¡no solo los pies, sino también las manos y la cabeza!
10 —El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos.
11 Jesús sabía quién lo iba a traicionar y por eso dijo que no todos estaban limpios.
12 Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su lugar. Entonces les dijo:
—¿Entienden lo que he hecho con ustedes? 13 Ustedes me llaman Maestro y Señor y dicen bien, porque lo soy. 14 Pues, si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. 15 Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. 16 Les aseguro que ningún siervo es más que su amo y ningún mensajero es más que el que lo envió. 17 ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica.
18 »No me refiero a todos ustedes; yo sé a quiénes he escogido. Pero esto es para que se cumpla la Escritura: “El que comparte el pan conmigo, se ha vuelto contra mí”.
19 »Digo esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que yo soy. 20 Les aseguro que el que recibe al que yo envío, me recibe a mí y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
21 Dicho esto, Jesús se angustió profundamente y afirmó:
—Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar.
22 Los discípulos se miraban unos a otros sin saber a cuál de ellos se refería. 23 Uno de ellos, el discípulo a quien Jesús amaba, estaba reclinado sobre él. 24 Simón Pedro hizo señas a ese discípulo y le dijo:
—Pregúntale a quién se refiere.
25 —Señor, ¿quién es? —preguntó él, reclinándose sobre Jesús.
26 —Aquel a quien yo le dé este pedazo de pan que voy a mojar en el plato —le contestó Jesús.
Acto seguido, mojó el pedazo de pan y se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón. 27 Tan pronto como Judas tomó el pan, Satanás entró en él.
—Lo que vas a hacer, hazlo pronto —le dijo Jesús.
28 Ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué Jesús dijo eso. 29 Como Judas era el encargado del dinero, algunos pensaron que Jesús le estaba diciendo que comprara lo necesario para la fiesta o que diera algo a los pobres. 30 En cuanto Judas tomó el pan, salió de allí. Ya era de noche.
31 Cuando Judas hubo salido, Jesús dijo:
—Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. 32 Si Dios es glorificado en él, Dios glorificará al Hijo en sí mismo y lo hará muy pronto.
33 »Mis queridos hijos, poco tiempo me queda para estar con ustedes. Me buscarán y lo que antes dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: Adonde yo voy, ustedes no pueden ir.
34 »Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. 35 De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.
36 —¿Y a dónde vas, Señor? —preguntó Simón Pedro.
Jesús respondió:
—Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde.
37 —Señor —insistió Pedro—, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Por ti daré hasta la vida.
38 Jesús respondió:
—¿Tú darás la vida por mí? Te aseguro que antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.